martes, 19 de junio de 2018

Dejarse un libro a medias no es tan malo

Todo lector tiene sus hábitos y manías. Los hay que miman sus libros (ni un subrayado, ni una esquinita doblada); otros dicen que les gustan los libros "vividos" y subrayan, marcan, apuntan pensamientos, comentarios y lo que surja; los hay que no prestan un libro jamás y los hay que tenemos una lista negra mental porque los libros se devuelven siempre (¿eh, Rebeca? Que no me he olvidado de "Un niño grande"). Todos tenemos nuestras manías y, en mi caso, si hay algo que me dé rabia (más incluso que que no me devuelvan un libro) es dejarme un libro a medias. Pero lo he hecho. ¿Con cuál? Ah, tendréis que seguir leyendo para averiguarlo.

Apegos feroces, de Vivian Gornick
Gremio de Libreros de Madrid... me temo que no tenemos el mismo criterio. Ya me decepcionó "Intemperie" de Jesús Carrasco hace unos años. Es un libro repleto de descripciones de campo agreste:  que si la hojarasca, que si el frío, que si las rocas, que si por favor que alguien diga algo en este libro que me aburro, ¿es que los personajes son mudos? Pues bien, "Intemperie" recibió el premio del Gremio de Libreros 2013. El premio del Gremio de Libreros 2017 lo consiguió "Apegos feroces":

Al menos no hay descripciones de tortuosos campos secos, más que nada porque está ambientado en Nueva York. La historia de Gornick es un repaso de sus recuerdos, marcados por la relación con su madre. En ningún momento me enganchó, quizá por la falta de un hilo, una trama principal más allá de "estos son mi recuerdos, ahí van" o quizá por el estilo al escribir de Gornick:

Veo la imperiosa cualidad del propósito de Nolde, la concienzuda paciencia con la que las flores lo mantienen absorto, la clara y concentración del artista en el sujeto. La veo. Y pienso: es la concentración la que otorga intensidad a la obra. El espacio que hay en mi interior aumenta de tamaño. Ese rectángulo de luz y aire que hay en mi interior, donde el pensamiento se esclarece, el lenguaje brota y la respuesta se vuelve inteligente, ese famoso espacio rodeado de soledad, ansiedad y autocompasión se abre de par en par mientras contemplo las flores de Nolde.

Vivian, hija, qué redicha eres. Pero este libro me lo leí enterito. Eso sí, la próxima vez que lea en la faja de una portada "premio del Gremio de Libreros de Madrid", huiré, les voy a considerar mi termómetro lector.

Lo que aprendemos de los gatos, de Paloma Díaz-Mas


Este libro me lo regalaron por razones obvias: el gato de la portada es idéntico a mi Simón. Si no fuera porque mi gato sólo sale de casa para subir al quinto piso, curiosear durante diez minutos y luego bajar otra vez corriendo a casa, diría que es él.

Los dueños de gatos, como los dueños de perros o los aficionados al crossfit, podemos estar horas hablando de nuestro amor. Díaz-Mas ha tomado toda esa pasión gatuna y ha escrito un libro con ella. Cuenta algunas cosas interesantes, incluso emocionantes (como lo difícil que es acostumbrarse a la falta de tu mascota cuando muere), pero sin ninguna trama que sirva de armazón a toda esa sapiencia felina. El libro es muy corto, 120 páginas, y está bien escrito, pero se queda en una suma de anécdotas que sólo los cat lovers apreciamos. Y también me lo leí entero.

El zoo de papel, de Ken Liu


"El zoo de papel" es un compendio de quince relatos del autor de ciencia ficción y fantasía Ken Liu. Cuando llevaba siete relatos me planteé seriamente dejar el libro, pero entonces leo en la contraportada (otra manía: nunca leo las contraportadas, prefiero saber lo menos posible) que un crítico, que ni sé quién es, recomienda muy mucho el cuento que da título al libro y resulta que es el relato número ocho, el siguiente, así que me lo leo. El crítico tiene toda la razón, "el zoo de papel" es precioso, delicado y adorable como una figurita de origami. Así que sigo leyendo... y decido dejar el libro en el relato número nueve.

Liu tiene ideas muy interesantes que desarrolla como si fueran la sinopsis de una película: sin profundizar en los personajes, tirando de alguna frase hecha aquí y allá ("déjenlo marchar, en realidad es a mí a quien quieren"), de tópicos (que si la bella prostituta, que si la policía obsesionada por la muerte de su hija...) y de momentos supuestamente poéticos que me suenan falsos:

Cuando está desnuda y sola con sus recuerdos, desamparada ante la ráfaga de odio al rojo vivo (¿contra aquel hombre?, ¿contra ella misma?) y furia helada, en ese negro abismo sin fondo que es el castigo que debe sufrir.

A estas alturas pensaréis que llevo una racha terrorífica de lecturas en el cercanías. Pero no es así, porque también he leído un libro tan bueno, pero tan tan tan tan bueno, que podría leer los ganadores de todas las ediciones de los premios del Gremio de Libreros de Madrid el resto del año:

Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver
  
Pero al mirar atrás, no puedo menos que reconocer que cuando más intenso era el amor que despertaba en mí nuestro hijo, era cuando no lo tenía delante.


Una madre reflexiona y recuerda: cómo decidió junto a su marido que serían padres, cómo fue el embarazo, cómo enfrentó la depresión posparto posterior, cómo empezó a notar que algo extraño que pasaba a su hijo Kevin... hasta que Kevin cumple dieciséis años y mata a sangre fría a varios compañeros de clase y una profesora. Todo trufado (¿trufado?, ¿he dicho trufado? Soy más redicha que Vivian Gornick) de reflexiones sobre las relaciones madre-hijo, la naturaleza de Kevin, los límites del bien y el mal e incluso la política americana. Es un libro tan profundo, tan estremecedor, que lo mejor es que leamos a Shriver:

Aunque la doctora Rhinestein me brindó lo de la despresión posparto como si se tratara de un regalo, convencida, al parecer, de que el mero hecho de que te digan que eres una desgraciada ha de animarte, yo no pago a los profesionales para que me vengan con obviedades, con simples descripciones. Aquello, más que un diagnóstico, era una mera tautología: me sentía deprimida después de nacer Kevin porque su nacimiento me había deprimido. ¡Gracias por tan brillante explicación!

Cuando le ocultábamos a Kevin nuestros misterios adultos porque era un niño, ¿acaso no le estábamos prometiendo implícitamente que llegaría un día en el que se descorrería la cortina para revelarle... qué? Pero lo único que no se había imaginado nunca Kevin era que no estuviéramos escondiéndole nada. Es decir, que al otro lado de nuestras estúpidas reglas no hubiera nada, absolutamente nada.

...Me dijo que yo tal vez lo pasara peor que cualquiera de los otros padres. Rechacé esa idea. "No sería justo", le dije. "Después de todo, aún tengo a mi hijo." Y entonces dijo algo que me impresionó profundamente: "¿De verdad?" ¿De verdad lo tienes?" No contesté, pero le agradecí su amabilidad.


Y vosotros, ¿cuáles son vuestras manías lectoras?, ¿prestáis libros alegremente?, ¿sois capaces de dejar un libro a medias sin cargo de conciencia?

lunes, 4 de junio de 2018

Ocho horas con Mariano

Después de cerrar la puerta, tras la última visita, Mariano recuesta levemente la nuca en la pared de la Moncloa hasta notar el contacto frío de su superficie y parpadea varias veces como deslumbrado. Siente la mano derecha dolorida y los labios tumefactos de tanto besar a los compañeros de partido. Y como no encuentra mejor cosa que decir repite lo mismo que lleva diciendo desde la mañana: "Aún me parece mentira, Viri, fíjate; me es imposible hacerme a la idea".

Es posible que este párrafo os suene ligeramente. Como cuando ves a un vecino de tu bloque en tus vacaciones en México y piensas: ¿éste quién es? En este caso, la cara que te suena aunque no sabes de qué es el comienzo de "Cinco horas con Mario". Pero podría ser el comienzo de la historia de la peor semana de Mariano Rajoy.

La semana empieza súper bien, con Mariano contento porque se habían aprobado los presupuestos del Estado y, además, lo mejor de todo, en unos días es la final de la Champions. Sabe que en breve sale la sentencia de un caso de corrupción, no se acuerda de cuál, porque él ya tiene una edad y a veces le dan lapsus y cualquiera lleva la lista de todos los casos de corrupción en los que está implicado el partido. Así que se va a la cama tan contento.

Al día siguiente, 24 de mayo, se conoce la sentencia de la Gürtel: Correa, 51 años; Bárcenas, 33 años; Pablo Crespo, 37 años y así todo. 25 de mayo, Pedro Sánchez anuncia que presentará una moción de censura. Unidos Podemos enseguida dice que apoyarán la moción, pero con eso no alcanza. Rajoy hace un sacrificio por España y decide cancelar su viaje a la final de la Champions. El PSOE negocia con los otros partidos que necesita para que la moción prospere. Que si los nacionalistas catalanes, que si el PNV... La prima de riesgo se dispara. En el PP dicen: ¿veis lo que pasa cuando amenazáis la estabilidad? Con lo duros de roer que han sido los del PNV, que le han sacado una cantidad loquísima de millones para darle su apoyo en los presupuestos, ahora no rechazarán esos millones por juntarse con un montón de partidos que sólo tienen en común las ganas de echarle. Así que Rajoy duerme tranquilo.

Pero el día 31 de mayo, en el debate de la moción de censura, Sánchez dice que respetará los presupuestos. La prima de riesgo, con mucho sentido del espectáculo, va y se estabiliza. Se desatan los rumores que aseguran que el PNV votará a favor de la moción de censura. El debate continúa esa tarde y Rajoy se ausenta. En el lugar donde él debería estar sentado queda un bolso, el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría. ¿Dónde está Rajoy?


El bolso de Soraya, los comentarios de Rosa Díez y más sobre la moción de censura
Los usuarios de twitter siempre dándolo todo cuando toca.

Pues Rajoy está en un bar.

Sí, en un bar. Se atrinchera ahí un ratito. Ocho horas, en un bar-restaurante bueno, ojo, al lado de la Puerta de Alcalá. Se llama Arahy y tiene unas críticas en Trip Advisor que son canela en rama. ¿Qué hizo Mariano en esas ocho horas? Se me ocurren varias opciones.

La costumbrista. Mariano organiza movidas. Como quién se ocupará de la mudanza de la Moncloa, que se acumulan muchas cosas durante seis años y hay que decidir qué te llevas, qué tiras, qué dejas al próximo inquilino. Comunicar a los niños que se mudan, cambiar el nombre del titular de las facturas del teléfono, el gas y la electricidad. Francamente, no sé cómo le dio tiempo a organizarlo todo en solo ocho horas.

La de comedia romántica. Como un españolito cualquiera que se entera de que le despiden de un día para otro, la emoción embarga a Mariano, que se despide de sus compañeros, dedicándoles un discurso a todos y cada uno (ocho horas dan para mucho). Imagino a Mariano, que ya va por el tercer pacharán, diciéndole a Dolores de Cospedal: "Dolores, eres muy guapa y mucho guapa, no te lo había dicho hasta ahora porque trabajamos juntos y estás casada y eres más joven que yo y yo también estoy casado... pero... Dolores, que me gustas mucho". Como en "Love actually", pero en plan cañí.

La épica. Mariano, rodeado por sus secuaces, planea su venganza. El héroe, el renacido, aquel que han dado por muerto varias veces y que, sin embargo, siempre vuelve, el Jon Snow del PSOE... le ha vencido. Y ese héroe, además, está bueno. Por tanto, es el galán. Y a Mariano le queda otro papel muy jugoso: el del villano. Planea un regreso a lo grande haciendo algo desproporcionado y espectacular, de villano de película de James Bond: ¿conquistar Gibraltar al mando de la Legión?, ¿secuestrar a los cinco diputados de PNV y sustituirlos por androides? Se tiran ocho horas debatiéndolo.


La de drama intimista. Mariano tiene una bajona que ni cuando el Real Madrid pierde. No entiende qué es lo que ha podido fallar. Siempre que se ha enfrentado a problemas los ha capeado con serenidad zen, respirando hondo y no haciendo nada de nada. Y siempre le había funcionado. Hasta ahora, claro. Está en plena crisis existencial. Mariano, como Carmen Sotillos en "Cinco horas con Mario", reflexiona sobre su mandato en forma de soliloquio que a lo mejor podría haberse acortado un poco (ocho horas son muchas horas). Sus ministros van pasando por el restaurante o llaman a Mariano, quizá para consolarle, quizá para parar ese soliloquio eterno. Le dicen lo típico: todo esto también pasará, mira el lado bueno, ahora tendrás más tiempo para ver el fútbol o para andar fuertecito...

La realista. Entre whisky y whisky, Mariano manda destruir documentación que podría implicarle en aún más casos de corrupción. En el Carrefour venden unos paquetes de cuarenta bolsas de basura, con capacidad para 30 litros cada una, ideales. Comprad todos los paquetes que podáis. Y pagad al contado, luego lleváis el recibo al tesorero. Ay, calla, que al tesorero lo tenemos en la cárcel...

Pobre Mariano. Menuda semana. El resto ya lo sabéis: se produjo la votación, los números bastaron y Mariano Rajoy ya no es presidente. Solo una persona ha tenido una semana peor que Mariano Rajoy: Vicente. Para los que no hayáis seguido ni Operación Triunfo, ni las redes sociales, ni estéis rodeados por fans de OT, os cuento: Vicente, era novio de Aitana (una de las favoritas de OT) y ha visto cómo su novia le ha dejado por otro chico del concurso (un tal Cepeda que aspira a ser el nuevo Antonio Orozco), Vicente se ha presentado al casting de la próxima edición de OT y no lo ha pasado. Pobre Vicente. Es un crío, su novia le deja por un aspirante a flamenquito coñazo, ella no para de triunfar y acaparar portadas, así que se encuentra con la cara de la moza everywhere y cuando quiere "perseguir su sueño" (que es lo que hacen todos los que se presentan a programas de talentos "perseguir su sueño" porque "la música es su vida") resulta que no le seleccionan. Estoy contigo, Vicente. Todos somos Vicente.

Y vosotros, ¿habéis estado alguna vez en el Arahy?, ¿qué creéis que hizo Mariano en esas ocho horas?, ¿quién tuvo peor semana: Vicente o Mariano?