lunes, 27 de mayo de 2019

Mister Wonderful quiere conquistar el mundo

Ni magnates de las telecomunicaciones, ni narcotraficantes, ni malvados random que acarician gatos persas o llevan parche en un ojo (porque, como todo el mundo sabe, llevar parche o acariciar gatos es cosa de tipos pérfidos). Ninguno de estos malos de película de James Bond son dignos de ocupar ese rol. El villano del próximo Bond debería ser el dueño de Mister Wonderful. Un tipo que, de momento, ya ha conseguido colarse en la campaña electoral del 26 de mayo. ¿O me vais a decir que el lema de Más Madrid "Vota bonito" no lo ha creado Mister Wonderful? Es un paso más en su objetivo final: conquistar el mundo entero y obligarnos a decir cosas como "si te esfuerzas no habrá sueño que se te resista", "hoy me he puesto una sonrisa, que combina con todo" o "hoy comienza un año que va a ser la pera", acompañado del dibujo de una pera con ojitos y sonrisita. La ñoñería nos rodea y hay que estar alerta porque nos puede atacar hasta detrás de una novela de prestigio.

Amistad de juventud, de Alice Munro


Munro ganó el Nobel de literatura allá por el 2013 y yo, que estoy a la última, me he leído un libro suyo por primera vez en 2019. Los relatos de "Amistad de juventud" se centran en historias de reencuentros, rupturas y muchos, muchísimos adulterios, narrados con continuos pasos de tiempo. Comienzas a leer y nunca sabes muy bien ni quién es el protagonista ni en qué época se va a desarrollar la trama principal. Poco a poco Munro te va revelando cuál es la historia central, sorprendiéndote. Un ejemplo. El relato "Five points" cuenta en paralelo una historia del pasado, de una tienda del pueblo a la que acude un púber Neil, y también una historia del presente, la relación furtiva entre el adulto Neil y la casada Brenda. Al final las dos historias de unen para desvelar que la hija de los dueños de esa tienda a la que acudía Neil, pagaba a los chicos para que se acostaran con ella, y Neil fue uno de los que pagó. Saberlo cambia la relación entre él y Brenda de esta manera:

¿No sabe él qué está sucediendo? Quizá necesitaría la experiencia de muchas peleas de casados para saberlo. Para saber que lo que uno cree (y, por un momento, espera), que es el final absoluto puede ser solamente el comienzo de una nueva etapa, una continuación. Eso es lo que está sucediendo, eso es lo que ha sucedido. Para ella, él ha perdido algo de su resplandor; quizá no lo recupere. Probablemente le sucede lo mismo a él con ella. Ella también siente lo mismo en sí misma. Piensa que hasta ahora fue fácil.

Que el libro está escrito que te mueres es un hecho (no le dieron el Nobel a Munro porque le tocara una papeleta en una rifa), pero hay momentos en los que la traducción de Debolsillo flojea. Una pena porque, por lo demás, es una auténtica joya.

Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite

Cuando al final del día ponía películas en vídeo, las que más le emocionaban eran las que contaban las aventuras de aquellos soñadores caídos al fango con las alas rotas.


Caperucita en Manhattan es un clásico de la literatura juvenil y, como todo clásico, se supone que lo puede leer cualquiera, independientemente de su edad, como sucede con "La historia interminable". Una cosa os digo: JA.

No sé si me habría gustado más si lo hubiera leído a los 13 años. A lo mejor. Porque yo tenía mi vena cursi en aquella época, me chiflaba "El principito". Y ahora, sin embargo, leo cosas como esta...:

No hay que mirar nunca para atrás. En todo puede surgir una aventura. Pero ante las ansias de la nueva aventura, hay como un miedo por abandonar la anterior. Plántale cara a ese miedo.

...y no sé si estoy ante una novela que actualiza Caperucita roja en un Manhattan entre realista y fantástico o ante un libro de autoayuda. Llamadme cínica, pero esa Caperucita que se llama Sara y es una niña soñadora y lectora y también condescenciente con la forma de comportarse de sus padres me parece una repipi. Y esa vieja loca que se pasea por la ciudad y que resulta que es una encarnación de la estatua de la Libertad y una representación de la libertad en sí debería ser detenida por la policía porque, ¿qué hace paseándose con una niña por los parques de Nueva York? ¡Y de noche!


Procura encontrar tu camino en el laberinto. Quien no ama la vida, no lo encuentra. Pero tú la amas mucho. Además, aunque no me veas, yo no me voy, siempre estaré a tu lado.

Quien no ama la vida, no encuentra su camino en el laberinto. Podría ser el título del próximo libro de Albert Espinosa. Qué pereza.


Padres e hijos, de Iván Turguénev 

El año pasado leí un cuento de Turguénev, "Mumu" y me gustó tanto que, en mi estilo ventolera, decidí leerme alguna novela suya.  La elegida (porque estaba disponible en la biblioteca) fue ésta:



Dos amigos: Arkadi y Bazárov, visitan al padre de éste en la hacienda que tiene en el campo. Los jóvenes, que se definen como nihilistas, chocan con la manera de ver la vida del padre y el tío de Arkadi. Es todo muy novela rusa del XIX, con sus campesinos, sus veladas en casa de unos y otros tomando champaña, su recibir a las visitas...

La trama de la novela no empieza hasta que los dos amigos conocen a una viuda, Odíntsova, y ambos creen enamorarse de ella. Pero lo más interesante pasa antes, cuando se describen las rutinas de la casa del padre de Arkadi, el pasado de Pavel, su tío, o cómo todos aceptan con naturalidad que una joven criada haya tenido un hijo con el señor de la casa, pero a la vez siguen tratando a la chica como una criada más. Esa parte es la que recuerda más a las novelas clásicas rusas y, curiosamente, da igual que no haya una trama como tal, quieres saber más de la vida ociosa de los terratenientes, de su relación con sus criados, y de los padres anticuados con los hijos que se creen modernos (los nihilistas, los hipsters del XIX). Pero cuando los amigos protagonistas se enamoran y, oh sorpresa, el orgulloso, seguro de sí mismo y un poquito ostiable Bazárov se vuelve alguien más vulnerable la novela descriptiva se convierte en otra cosa, se traiciona a sí misma, empiezan a pasar cosas de una manera algo forzada y una se pregunta, ¿pero esto no se llamaba "Padres e hijos"?, ¿por qué en la página 150 se convierte en una historia de amores no correspondidos?

Toda la verdad sobre las mentiras, de José Antonio Palomares

La casete terminaba con la canción que más nos gustaba, "Un velero llamado Libertad". Esta sí la cantábamos a veces en el coche. Era alegre, no hablaba de amor y uno podía pensar que el protagonista se hacía pirata. Lo malo es que la canción decía "el mar" y no "la mar" como Rafael Alberti. Si eras poeta había que decir "la mar", era de primero de poesía. José Luis Perales tenía poca pinta de poeta, con esos jerséis de pico o su chaqueta azul marino de Galerías Preciados. Parecía, más que un poeta, un empleado triste de banco o un vendedor de enciclopedias a domicilio. A lo mejor por eso le gustaba a todo el mundo: era un funcionario de las baladas. 


"Toda la verdad sobre las mentiras" es un chute de nostalgia. El sabor de un donut con azúcar envuelto en papel de estraza, las casetes que tus padres ponían en el coche camino del pueblo... El grueso de la novela relata momentos de la infancia de su protagonista, un chaval de unos 11 años, en una época previa al boom de internet y las redes sociales, cuando tener una tele en color era lo más. Muy poco a poco, van colándose entre esas anécdotas pequeños detalles de lo que realmente pasaba en ese mundo de chicles Boomer y casetes de José Luis Perales: broncas familiares, problemas económicos o un padre que pasa demasiadas noches en el bar. Por mucho que los adultos intentan ocultar la verdad a los niños, ellos acaban intuyéndola. El libro se lee en un plis y enloquecerá a la generación EGB. Eso sí, la generación Z lo tomará por un libro de divulgación histórica.

Y vosotros, ¿también creeis que "Caperucita en Manhattan" está patrocinada por Mister Wonderful?, ¿ayer votasteis bonito o simplemente votasteis? Espero que no fuerais de ese 45% de vagos incapaces de levantar el culo de su asiento para ir a votar y también espero (por vuestro bien) que no os tocara estar en la mesa electoral. De todos modos, visto el resultado en Madrid, me reafirmo en mi último post: la democracia está sobrevalorada.

Last but not least, el miércoles día 5 de junio estaré firmando ejemplares de "El ganador se lo lleva todo" en la caseta 137 de la librería Muga, en la feria del libro de Madrid. Estaré desde las 19 horas y hasta las 21.30, ¡si me queréis venirsen!

lunes, 13 de mayo de 2019

La democracia está sobrevalorada

¿He batido mi propio record en la categoría holgazana-que-dice-que-mañana-mismo-actualiza-y-de-repente-resulta-que-han-pasado-sesenta-días? No lo sé, me da pereza comprobar el archivo del blog. A mi favor diré que he tenido unas semanas muy complicadas: he tenido obras en casa. Que mi casa tampoco es El Escorial, las obras duraron diez días, no dos meses, pero esa no ha sido la única excusa circunstancia que explica tantos días sin escribir. Hubo otra. Las elecciones del 28-A. Ahora os preguntaréis: ¿es que me he metido en política o quizá en estadística?, ¿trabajo para Tezanos y me he pasado las semanas previas llamando por teléfono a la gente para preguntar su intención de voto?, ¿era yo candidata de algún partido? Peor aún: fui presidenta de mi mesa electoral.

Aquí la prueba.

Todo comenzó cuando un muchacho llamó a casa diciendo que era de correos y yo cometí el primer error: abrirle. Recogí mi notificación y firmé, pero dentro de la carta solo avisaban de que yo era suplente de vocal o presidente. Polisuplente. Todo el mundo me dijo que no me preocupara, que era una putada faena porque el domingo me tocaría madrugar pero en cuanto formaran la mesa electoral me mandarían a casa. "A mí me pasó eso en las últimas elecciones", "a mí en unas europeas, creo", "yo fui con resaca, me mandaron para casa y me volví a meter en la cama". Eso me decía la gente. Segundo error: creerles.

Yo me leí la notificación por encima con detalle, contaba con una semana para demostrar documentalmente alguno de los poquísimos motivos que excusaban de presentarse en la mesa. Cosas del tipo: me caso justo ese día y aquí tiene usted mi lista de bodas, el presupuesto del catering y la factura del vestido de novia. De mi profunda lectura deduje que en esa semana también enviarían por correo un librito con las instrucciones para ser presidente/vocal en la mesa electoral. Pasó la semana, yo no recibí nada en el buzón y, cuando llegó el domingo, me levanté, cogí un par de mandarinas (por si acaso) y, sin tomar un café siquiera (tercer error), me fui al colegio electoral. Imaginad mi cara cuando estoy frente a la mesa, resulta que el presidente no está, nos dicen que en ese caso lo que hay que hacer es abrir la caja donde están todos los documentos, los abrimos y ahí está mi nombre como presidenta de la mesa. "Pero si a mí no me mandaron el librito", dije yo. Dio igual.

Afortunadamente, los apoderados e interventores de los partidos que andaban por ahí pululando nos ayudaron con nuestras dudas (¿dónde coño está el papelito ése que piden algunos para justificar que van a llegar tarde al trabajo porque están votando?, ¿se puede votar con dni caducado?) y empezamos.

En la tele dijeron que la participación fue altísima. Ya os digo yo que sí. Intentaba mandar un whatsapp para mandar a la mierda contar a todos aquellos que me dijeron que al final me volvería a casa que no, que estaba presidiendo la mesa, y no podía ni acabar una frase porque venía alguien a votar.

Con tanta gente, las primeras doce horas fueron entretenidas. Además, que vivo en la Latina, y eso significa actores votando y los vocales y yo cotilleando. Vino Cristina Castaño (a la que todos habíamos visto por el barrio con dos perritos patada), Javi Rey (que con su belleza casi provoca un soponcio a la segunda vocal), Amparo Pamplona (actriz de doblaje y madre de una que salía en "Aquí no hay quien viva", dije yo), Pili de Pili y Mili... También vino una cantidad indeterminada de gente despistada que no sabía si la nuestra era su mesa; otro buen grupo de gente que votaba y daba una palmadita a la urna como si le dijera "no me falles, tía"; y otros que nos daban ánimos. Que muy bien eso de los ánimos, ¿eh? pero para la próxima menos ánimos y más botellas de agua, bocadillos de lomo con queso, bolsas de risketos, lo que sea. Desde aquí me comprometo a que en las próximas elecciones yo sí llevaré algo a los de la mesa.

Las primeras doce horas fueron entretenidas, sí, pero qué calor hacía. No teníamos una triste ventana cerca y la decoración de la sala era, cómo decirlo, espantosa kitsch.

Stephen King estudió en el colegio San Ildefonso y este cuadro le inspiró para escribir "It".

A las ocho de la tarde se cierra el colegio electoral y llega el momento de contar los votos. Primero los votos por correo (comprobar que tienen la tarjeta censal dentro, abrirlos, meterlos en las urnas, así cincuenta veces porque había cincuenta votos por correo). Luego la urna del Congreso. Se separan los votos por partidos, se cuentan, se revisa que coincida con lo que se ha ido apuntando y entonces, ¡oh drama! resulta que no cuadra. A volver a contar, a volver a revisar. Luego la urna del Senado. Una cosa os voy a decir a los que votasteis a un candidato de cada partido: sois malas personas. Porque para contar el Senado había que: hacer dos montoncitos separando a quienes habían votado a un partido en bloque y por otro lado a los que habían votado nominalmente a uno de aquí y otro de allá. Luego contarlo todo y luego añadir, uno a uno, los votos nominales. Para entonces ya era la una de la madrugada y me entero (yo no me leí el librito con las instrucciones, ¿recordáis?) de que yo, como presidenta, tengo que llevar un sobre con actas varias a una sede judicial. Tras un momento de pánico consistente en pensar que me tenía que ir hasta Plaza de Castilla hasta que me dijeron que no, que había una sede en la calle Mayor, para allá que me fui.

Qué imagen aquella. Un montón de presidentes de mesas electorales de la zona centro, con nuestros sobres en la mano, caras de agotamiento. The walking dead. Hablamos entre nosotros y yo comento que espero que ahora no abran el sobre y comprueben porque fijo que me he dejado alguna cosa. Frente a nosotros, uno de seguridad o un policía (yo qué sé, tenía mucho sueño, no me acuerdo) nos escucha. Llega mi turno, doy el sobre, firmo no sé qué cosas (¿he dicho que tenía sueño?) y me dicen que me puedo ir. El policía (segurata, yoquésé) me sonríe y me dice: ¿ves como ya está? Lo mismo el chaval hasta estaba bueno y aquello hubiera podido ser un principio de comedia romántica, pero quién quiere amor pudiendo irse a su cama a descansar...

Cuando llegué a casa me esperaba esto:

¿Alepo? No, mi casa. 

Y todo esto por 65 euros. Si echáis los cálculos sale a 3.80 euros la hora, que está mejor pagado coser balones para Nike en una fábrica en Vietnam.

Una cosa os digo: la democracia está sobrevalorada. Consideremos otras opciones, que a lo mejor hemos rechazado muy alegremente. Las dictaduras no están tan mal, tienen sus ventajas, como no tener elecciones, por ejemplo. O también podemos recuperar las monarquías absolutistas, con sus cetros de oro, sus capas de armiño y ni una sola urna.

Y vosotros, ¿sois más de dictadura o de monarquía absoluta?, ¿habéis sido alguna vez vocales o presidentes de mesa?, ¿a que no sabéis que vi en mi buzón el lunes justo después de las elecciones? Sí, lo habéis adivinado: el puto librito.