¿Tiene sentido que alguien diga que no le gusta leer,
así, en general?, ¿imagináis a alguien diciendo que no le gusta el cine?, ¿a
que no? No es posible que no te gusten “las películas”, todas y cada una de
ellas…
Y sin embargo, ese “no me gusta leer”
se oía mucho en mi clase en el instituto. Ocurría en la época en la que aún
existía el BUP y el COU, así que no podéis culpar a la ESO de hacer que los
adolescentes odien la lectura. La manía a los libros viene de largo. No tiene
que ver ni con la ESO, ni con la LOMCE, ni con los niños de ahora enganchados a
sus teléfonos móviles. Los chavales de
antes (por mucho que ahora sean adultos y les guste pensar que en su época todo
era mejor) tampoco querían leer.
¿Y por qué?
Puede ser porque en la casa familiar no
se lea habitualmente. Y estar leyendo sentado, concentrado, durante más de diez
minutos, sólo se hace por un motivo: porque hay que estudiar. De esa forma se
asocia la lectura continuada al estudio, no a la diversión.
También puede ser porque basta que algo
sea obligatorio para convertirse en algo poco apetecible. Ya podrían obligarte
a leer Crónicas de Dragonlance...
el Harry Potter de toda una generación
...que
por el hecho de ser obligatorio ya le cogías manía.
Pero hay una razón más para que un
adolescente odie los libros, todos y cada uno de ellos: que te manden
leer auténticos ladrillos.
No es que las autoridades en educación
se reunieran y decidieran martirizar a los adolescentes con “Tiempo de
silencio”. Ellos actuaban con buena fe… dijeron: vamos a enseñar a los chavales
cuáles han sido las grandes obras que han hecho historia de la literatura,
vamos a explicarles qué aportaron al lenguaje y, ya puestos, vamos a hacer que
se aprendan la lista de figuras retóricas, esas que tienen nombre de enfermedad
grave: asíndeton, pleonasmo, sinécdoque, metonimia, epanadiplosis… A fin de
cuentas, los señores de esa generación también fueron escolares y se estudiaron
la lista completa de los reyes godos. Esto, en comparación, no era nada. En esa
reunión en el ministerio nadie cayó en un pequeño detalle: ¿qué pasa con las
ganas de leer?
Alumnos después de una lectura del "Cantar del mío Cid".
Y sin embargo, pese a la lista de figuras
retóricas, pese a “Tiempo de silencio”, “La colmena” y la poesía de Rubén
Darío… hubo libros que entusiasmaron. Y a toda la clase, también a
aquellos a los que “no gustaba leer”.
Recuerdo las risas cuando leíamos en
voz alta “Tres sombreros de copa”, como si aquello fuera una mesa italiana,
aunque ninguno de nosotros sabía qué era una mesa italiana. “El árbol de la ciencia”, pese a ser un
clásico, pese a tener una de esas ediciones de Cátedra con la letra diminuta,
gustó. Y “El señor de las moscas” enganchó a toda la clase, aún a costa de que
empezaras a mirar con desconfianza a tus compañeros porque los veías capaces de hacerte la vida imposible en caso de accidente en una isla desierta. Pero en la lista de libros obligatorios
que lograron enganchar pese a todo, el que más triunfó fue “Crónica de una
muerte anunciada”.
Quizá el error no está en elegir
clásicos en sí, sino en qué tipo de clásicos deben elegirse. No todos los
adolescentes son capaces de enfrentarse a un Lazarillo o una Celestina. ¿Cuántos
adultos han intentado leerse el Quijote y lo han dejado por imposible? Hasta
auténticos expertos en el Quijote creen que es un libro difícil, que necesita
una adaptación al lenguaje actual.
La cuestión es: ¿se trata de aprender
historia, teoría de la literatura y listas eternas de figuras retóricas?, ¿o de enraizar el amor por la lectura, y
con ella la capacidad de síntesis y análisis? Si se siembra el interés por la lectura, el estudiante tiene toda la vida para enfrentarse a los libros difíciles o a los clásicos del siglo XVI.
¿Y vosotros?, ¿qué libros que os
obligaron a leer en el instituto os apasionaron?, ¿cuáles os hicieron decir “a
mí es que no me gusta leer”?