lunes, 12 de octubre de 2015

¿Pero qué demonios es el ruibarbo?

Cualquiera que tenga cierta edad (yo no, porque yo soy súper joven, yo hablo de oídas) ha vivido con varias dudas que han marcado toda su infancia. Entendednos, nos criamos en una época sin Google, y cuando no sabías algo tenías que confiar en que apareciera en la Larousse. Pero la enciclopedia no decía nada de aquello que tantas dudas nos despertaba. ¿Cómo son las galletas de jengibre y la zarzaparrilla a la que estaban enganchados los cinco protagonistas de "los cinco"?, ¿qué demonios lleva el ponche que sirven en todas las películas de instituto americanas? Porque ponche Caballero no será... Y, ¿qué demonios es el ruibarbo, el de la tarta de ídem que comen en todos los libros del género "tacitas de té"?

Ah, que no sabéis qué es género "tacitas de té". Es el cine, la literatura, las series... inglesas fundamentalmente y ambientadas en la gloriosa época del Imperio Británico, cuando los nobles se dedicaban a la caza del zorro, las mozas casaderas a buscar marido y de todo lo demás (limpiar la casa, cocinar... vamos, lo que viene siendo trabajar) el servicio.

La mayoría de las obras del género "tacita de té" toma el punto de vista del aristócrata. Ese ser que se dedica a pasear por la campiña y llevar vestidos maravillosos y poco más. Eso da mucha envidia al lector/espectador actual y creo que es parte del éxito del género "tacita de té". Es una fantasía, nos imaginamos una vida sin ocupaciones más allá de estar súper monas para Mister Darcy.

Pero, ¿y si miramos hacia el otro lado? En concreto, a ese ignoto lugar que los aristócratas sólo pisaban para dar a la cocinera el menú de la cena o para colarse en el dormitorio de la doncella:


Sí, al piso de abajo, donde estaba el servicio. Margaret Powell, la moza recia de la portada, fue cocinera en los años 20 y cuenta su experiencia con sencillez y mucha honestidad:

El día de Navidad, después del desayuno, los criados nos poníamos en fila en el vestíbulo. Después teníamos que ir al comedor donde nos esperaba la familia al completo con sonrisas navideñas y cara de auxilio social. Los niños nos miraban como si fuéramos seres de otro planeta, y me imagino que para ellos realmente éramos subseres del submundo.

Para que las damiselas tuvieran tiempo de recibir visitas, escribir cartas y fantasear con el último lord que les pidió un baile, alguien tenía que dedicarse a todo lo demás. Y eso hacía el servicio y con mucha discreción. Tanta, que los señores ni se daban cuenta de su existencia:

Estaban hablando de un rumor muy escandaloso que tenía que ver con la realeza. Uno de los invitados dijo: "tenemos que tener cuidado de que nadie nos oiga, a lo que el anfitrión respondió: ¿quién iba a oírnos, si estamos solos? Sin embargo, en aquel momento estábamos tres lacayos en la sala. Pero debíamos de ser invisibles. Hasta ese punto estaban por encima de nosotros. Para ellos, nosotros ni siquiera estábamos ahí.

Eso nos va narrando Margaret Powell en su libro. Su experiencia desde que, a la semana de acabar el colegio, ingresó como pinche de cocina en una casa. Como decidió irse del primer lugar en el que sirvió cuando su señor le dio linimento de caballo para el dolor de piernas. Y cómo acabó convirtiéndose en una cocinera que hacía cosas sofisticadísimas (para la época). Si hay algo más viejuno que la comida viejuna, eso es la comida viejuna inglesa:

Una de las cosas que me enseñó fue a presentar los platos. Por ejemplo cuando hacía chuletas, ella aplastaba las patatas  y hacía con ellas bolas apenas mayores que una nuez, que rebozaba con huevo y pan rallado; las colocaba en forma de pirámide en una fuente de plata.

Y así hasta que Margaret se casó:

Cuando yo dejé el servicio doméstico me llevé dos cosas: conocimientos para preparar una sofisticada cena de siete platos, y un enorme complejo de inferioridad. Ninguna de ellas me resultó útil en mi vida de casada.

Margaret Powell seguro que hubiera disfrutado mucho de la lectura de otro libro, éste del 2015, y también ambientado en el mundo de las tacitas de té:


Lástima que Margaret muriera en los años 80. Porque en "Confesiones de una heredera" hubiera encontrado claves del universo "tacitas de té" como ésta:

Mira, querida, un buen matrimonio, sólido y duradero, se basa precisamente en el desconocimiento mutuo; que si ya lo supiéramos todo el uno del otro, nos aburriríamos enseguida, y hay que tener en cuenta que teneos toda la vida por delante para descubrir todas y cada una de las cosas que nos irritan profunda y malsanamente de nuestro cónyuge.

Los lectores habituales de éste vuestro blog seguro que ya habéis leído el libro porque (redoble de tambores) su autora, esa tal Belén Barroso, resulta ser... (más tambores, añadamos ahora unas trompetas) Loque del blog Lo que ahorro en psicoanálisis.

Y adivinad quién tiene "Confesiones de una heredera" firmado y todo: moi. Ya puedo ponerlo en la balda de mis libros firmados, que ya alcanza la friolera de (redobles de tambores, trompetas y gaitas, sí, gaitas, ¿por qué no?) ¡tres libros!

"Confesiones" comenzó en el blog Lo que ahorro en psicoanálisis como una serie de cartas tituladas "Querida Edwina" en las que una misteriosa moza casadera escribía sus tribulaciones de inglesa soltera a su muy mejor amiga:

¿algún día seré tan afortunada como mi madre y tendré un marido al que despedir casi de madrugada para solo verle de nuevo cuando ya ha oscurecido, volviendo satisfecho de una larga jornada de caza, con las manos llenas de cadáveres aún humeantes de animalillos silvestres y las botas llenas de barro y sangre?

Y, lo que son las cosas, gracias a la constancia de Loque (me cuesta llamarla Belén) ha acabado convertido en un libro. Con sus tapas, sus ilustraciones, su contraportada y todo. Un viaje al mundo de las tacitas de té lleno de ironía y humor. Y, por supuesto, de tartas de ruibarbo:

La perfecta tarta, de ésas que en las películas ponen a enfriar en el alféizar de la ventana, es la tarta de ruibarbo. Pero no os fiéis de Instagram y sus filtros, porque la perfecta tarta de alféizar, de cerca, es tal que así:


Resulta que está rellena de esa cosa llamada ruibarbo que, cortado y cocinado, tiene un asombroso parecido a una mermelada de coágulos.

Y vosotros, lectores de mis entretelas, ¿habéis leído ya el libro de Loque?, ¿sois ávidos consumidores del género "tacitas de té"?, ¿habéis probado la tarta de ruibarbo?

10 comentarios:

Sorokin dijo...

Mis más sinceras felicitaciones a Loque por haber conseguido 1) publicar un libro, 2) cocinar una tarta de Ruibarbo, sobre todo porque en España no hay Ruibarbo. En los bosques de las Ardenas crece solito, fíjate, pero en Estepona no hay. No sé yo cómo se las arreglarán todos los ingleses que viven de Puerto Duquesa para allá sin una buena tarta de Ruibarbo. A mí, me pasa con el Ruibarbo lo mismo que con las grosellas: que no me gustan. Además, ambos saben muy ácidos por mucha azúcar que les pongas, aunque hay gente que le gusta eso.
Y Margaret Powell me gusta. Yo la leí en su idioma (Como dicen en las pelis dobladas ¿habla usted mi idioma?). Y la escena que cuentas donde el señor los llama "lacayos", no es tan ofensiva. Efectivamente, los llama "lackeys", pero en el inglés de 1920 era equivalente a "sirvientes".

Madreconcarné dijo...

A quien desee rabiar convenientemente:
Yo he tomado tarta de ruibarbo.
Me la hizo mi suegra con el ruibarbo que crece en su jardín. Y no, no es inglesa ni vive en el Guayamuní.
Me supo a gloria bendita.

Claudia Hernández dijo...

Jaja, yo comparto mi NO gusto por el ruibarbo como monsieur Sorokin. Confieso que tampoco sabía qué era, hasta que me mudé a Alemania, que es una tarta muy popular, de hecho, toman mogollón de zumos de esa cosa... Ruibarbo.
Me da curiosidad la Powell... mola las citas que has puesto.
Saludos

Esti dijo...

Sorokin, yo después de ver cómo es el relleno de ruibarbo de cerca, como que paso de probar la tarta... a no ser que la cocine la suegra de Madreconcarné, claro.

Claudia, el libro de Powell es una delicia, sencillísimo y muy divertido. Cuenta la trastienda de ese mundo tan clasista y tan Downton Abbey.

el convincente gon dijo...

Qué buena pinta los dos libros.

Yo, en mi bendita ignorancia, siempre he pensado que el ruibarbo era un pescado. Hasta le ponía cara y todo: con bigotes de esos asquerosos tipo carpa.

Esto es lo que pasa cuando uno no consigue vencer la pereza que da mirar una palabra en el diccionario: que adjudica significados a la buena de Dios. De hecho, a mí hay palabras cuyo significado se me olvida periódicamente porque cuando las vi por primera vez les adjudiqué un significado que no era el que tienen en realidad. Por ejemplo:

"Conspicuo": para mí,alguien con un carácter introvertido y metódico.

"Taciturno": para mí, alguien perezoso y noctámbulo.

Por cierto, la frecuencia con que los escritores ingleses usan la palabra "rododendro" también es digna de estudio.

deWitt dijo...

Pues confieso que no he leído el libro pero no me importaría porque yo soy muy tacitas de té. Tomo nota.

Creo que podría hacerse un estudio sobre la gastronomía de Los Cinco y similares. Hace unas semanas, un amigo que estaba viajando por Alemania me envío unas fotos de los ruibarbos para, por fin, despejar todas las dudas que me atribulaban. La verdad, me parecieron bastante inofensivos e, incluso, insípidos a simple vista. En las novelas el ruibarbo parece algo más contundente, no?

Zazou dijo...

Ja, ja, ja, querida mía, qué momento me recuerdas... Pues la tarta de ruibarbo no la he probado pero más de una vez me he traído mermelada de ídem de tierras francesas y, chica, está buena y todo (y no tiene esa pinta de remolacha eviscerada).

De esta muestra del género "tacitas de té" qué quieres que te diga. Yo también lo tengo. Y también con dedicatoria, hala. Y todo porque se me ocurrió arrastrar a alguna escritora interesante al centro cultural de mi pueblo a dar una charlita y... tachán, conocí a esa mujer estupenda que me hizo desternillarme con su libro. Todo un descubrimiento.

Qué entrada tan evocadoramente simpática, o risueñamente evocadora, o lo que sea.

Besucos, guapetona.

Esti dijo...

Gon, que sepas que pienso plagiarte y un día de estos dedicaré un post a esas palabras que deberían significar otra cosa. Como ruibarbo, que según tú debería ser un barbo con ínfulas.

deWitt, la gastronomía alemana es mal. Entre esos panes negros que podrían usarse para sustituir a un adoquín, el chucrut y esas salchichas tochas...

Zazou, ¿y lo bien que hablamos en el evento, que ni nos tembló la voz ni nada? Yo confío en que Loque, en las próxima ocasión, traiga pastitas y tarta de ruibarbo para todos.

loquemeahorro dijo...

Muchas gracias, tengo tanta emoción en mi cuerpo, como retraso en mi respuesta.

Pues sí, yo soy la autora, la moza recia de la portada. Ah, que no, que soy la otra. Aunque mira, ese libro lo tengo hace tiempo.

Y leí varias cosas sobre "el servicio" de aquella época, bueno, más bien de la época victoriana y era francamente triste.

Casi tanto como que hasta este verano no haya probado la tarta de ruibarbo, comprada en una pastelería alemana en Dénia, curiosa pero no deliciosa, la verdad.

Gracias de nuevo, y gracias por venir a hablar en mi nombre, lo hicisteis muy bien las dos, de verdad que os lo agradezco.

Uno dijo...

Soy un pionero seguidor enamorado de "Querida Edwina" desde los tiempos del blog.La publicación de este delicioso libro me alegró enormemente y me ha dado la oportunidad, además de conocer a Loque /Belén pero, ¿quieres creer que mil circunstancias adversas han impedido que al día de hoy tenga mi ejemplar firmado? ¡Por Ruibarbo! que tengo que arreglar eso, YA.
Un abrazo